Vagaba desde hace unos años por mi propia vida. Me dejaba llevar por la inercia del ser humano, escondiendo tras la risa un vacío existencial que dolía profundamente. Ya nada ni nadie me haría sentirme motivada.
Una tarde entre rutina y chistes necesité ayuda y, al solicitarla, volví la cara hacia abajo y mis ojos se enfrentaron a una mirada que me infundió energía. De repente sentí como mis párpados bajaban al mismo tiempo que subía un calor intenso a mis mejillas. Desvié la mirada y pensé: "un lapsus". En cuestión de segundos intenté de nuevo enfrentarme a lo que parecía un halo de vida para mí. Miré de nuevo y allí estabas tú, agachado explicándome no se qué.
Noté cómo me ruborizaba de nuevo al confrontar tu mirada, lo que te incomodó e intentaste aguantar el tipo.
Desde ese momento te buscaba sin moverme, observaba cada gesto, cada detalle de tí. Sentía la necesidad de vivirte. Sabía que te engatusaba mi interés, pero...
Tras un mes de miradas correspondidas no sucedió nada más... y esa vida en mi fue desaparenciendo.
Ahora sigo mi rutina; pero me has hecho creer que todo no está perdido. Por esto, y por todo lo que me has hecho sentir sin saberlo, te doy las gracias.
Silvia R.S.
domingo, 17 de enero de 2010
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